Un pequeño homenaje a un maestro de la vida

En esta ocasión y mientras redacto estas líneas no puedo evitar derramar una pequeña lágrima entre mis ojos, pues esta vez he querido comparar dos modelos de enseñanza, la de los años 50-60 y la actual, mostrando como ejemplo a mi abuelo materno Salvador Seoane Ramírez, que falleció el pasado 2 de noviembre de 2021 víctima de una caída en la vía pública a la edad de 93 años.

Aprovecho así este artículo para dedicar un pequeño homenaje a un antiguo maestro de escuela que para mí ha sido en realidad un maestro de la vida.

Salvador nació el 9 de julio de 1928, en A Pobra do Caramiñal (A Coruña), hijo de Antonio y María y hermano de 4 niños y 6 niñas, en una época histórica convulsa, en un año en el que se llevó a cabo la reforma universitaria en plena dictadura de Primo de Rivera, y vivió 7 etapas políticas de la historia de España con diferentes reinados hasta la actualidad, que incluyen tres dictaduras, una guerra, una república, y dos monarquías parlamentarias en democracia.

Con solo 2 años de edad se inició la Segunda República y cuando tenía 7 años estalló la guerra civil española, en una época complicada en la que era quizá el más inquieto de todos sus hermanos y la obediencia no era su don. Por ello recibía con aplomo, debido a las travesuras que llevaba a cabo, las regañinas de su disciplinado padre y maestro de escuela. A pesar de criticar a su padre por las broncas que recibía, lo imitaba en muchas cosas como casi todos los niños, pues tanto en aquella época como ahora los padres y madres seguimos siendo los referentes de niños y niñas en su aprendizaje.

En nuestras comidas familiares, y siempre con una voz muy alta por encima de todos los demás, relataba con un malentendido orgullo como en plena guerra civil, con aproximadamente 9 años, había conseguido un revólver, pues si su padre llevaba uno para defenderse, él pensaba que también debía llevarlo, aunque no lo hubiera usado nunca. Lo escondía por las noches en el techo de su habitación hasta que un día llegó y el arma no se encontraba allí, pues su padre que, junto a su madre, lo conocía mejor que nadie se lo requisó sin apenas mencionar nada de lo ocurrido quizás culpable de haber sido ejemplo de tal actitud.

Ya de adolescente y en plena dictadura de Franco, le gustaba escaparse por la ventana a las fiestas de los pueblos y siempre era el encargado de organizar fiestas como el Entroido (Carnaval), que incluían bailes y peleas; “fechorías” de Salvador, tal como me contaban sus hermanas el día de su entierro, disculpándolo pues no eran más que travesuras propias de la edad y de la represión de la época.

A la edad de 18 años inició sus estudios de la carrera de Magisterio, aunque no por vocación, sino porque su padre lo persuadió, las opciones estables no eran muchas, y su paso por el seminario diocesano no le había convencido en absoluto, así que optó por la misma profesión de dos de sus hermanas, dejando de lado la profesión de sacerdote que sí había elegido uno de sus hermanos.

Salvador Seoane Ramírez

En el año 1951 y a la edad de 23 años se graduó en la Escuela de Magisterio de María Pita de A Coruña, la cual sería su ciudad de adopción durante la mayor parte futura de su vida, e inició su etapa de maestro de escuela que perduró 14 años y de la que guardaba un buen recuerdo, pues siendo interino tuvo la suerte de enseñar a muchos niños y niñas emulando los pasos de su padre.

En una época en la que no había ordenadores ni mucho menos móviles mi abuelo enseñaba valores que a mi juicio nunca deberían pasar de moda, tales como el esfuerzo, la constancia, la perfección en las tareas, la disciplina, el respeto, los modales, la familia, la puntualidad, etc., mientras percibía sueldos de en torno a las 15.000 pesetas anuales.

En la imagen se puede apreciar la diferencia entre la escuela de aquella época y la de ahora, pese a que muchos se nieguen en apreciar dicha evolución, en la que las TIC era convencer al alumnado de que escucharan la radio para estar informados de las noticias, la Coeducación era convencer a las niñas de que algún día podrían tener su propia profesión y que debían ser tan cultas como los niños, la Educación Emocional era ayudarles a vivir con la idea de que sus familiares habían sido ejecutados en cunetas, la Innovación Educativa eran el mapa y la tiza, o el STEAM era el uso óptimo del globo terráqueo.

Todos estos valores los pudieron aprender niños y niñas de las localidades de Piñeiro (Santiago) en el curso 1953-1954, en San Roque (Corcubión) en los cursos 1956-1957 y 1957-1958, en Codeso (Rois) en el curso 1958-1959, en Castenda (Tordoia) en el curso 1959-1960, en Alfabetización de adultos en el curso 1963-1964, en Bugalleiros (Gonzar) en el curso 1963-1964 y como Maestro Interino Volante en su última etapa en los cursos 1964-1965 y 1965-1966.

Fueron años duros para todos, incluidos los docentes, pues el franquismo pretendía borrar todos los aspectos de renovación y avance educativos, además de intentar formar leales súbditos de la nueva España que se estaba construyendo, donde los maestros y maestras tenían un papel muy delicado que jugar. Ello debería ayudarnos a reflexionar, pues en algunos foros se escucha que los docentes en la actualidad no tenemos demasiada libertad.

Yo al menos no he sentido nunca eso en mi experiencia como docente, donde lejos del adoctrinamiento siempre hemos tenido la libertad, junto al alumnado, profesorado y familias de expresar nuestras opiniones y sentimientos.

Durante años y hasta la vejez luchó por el reconocimiento de sus años cotizados por interino, para el cálculo de la pensión. Siempre fue un reivindicador, luchaba contra la opresión y cualquier norma que consideraba injusta, y hemos podido rescatar escritos suyos en los últimos años dirigidos a la administración que redactaba con esmero a la edad de 89 años, pues siempre defendió que su pensión no era correspondiente con toda la dedicación y el trabajo que había desempeñado a lo largo de su vida. Actualmente los interinos han conseguido muchas de sus reivindicaciones hacia su estabilidad y retribuciones, pero sin duda los primeros peldaños los pusieron los maestros de la época del franquismo, como mi abuelo.

Ya en el año 66 y a la edad de 38 años, ya fallecido su padre, quiso emprender otras aventuras con su maravillosa mujer y compañera de vida Lourdes, cuyas cenizas pidió que fueran enterradas junto a él, y es ahí cuando comenzó su labor como maestro de la vida, al menos de cara a mi aprendizaje como persona. Reconoció que su labor como docente había culminado, reflexión que debería tener todo docente que pierda la ilusión en la enseñanza, y decidió emprender nuevos negocios como autónomo.

Se convirtió en agente fundador de varias compañías de seguros, estableciéndose en A Coruña donde crecieron sus hijos Esther y Pedro, pasando muchas tardes en el Bar Marabú donde charlaba horas y horas tomando café con Pepe el camarero y tantos amigos que tenía, algunos de los cuales le decepcionaron años después debido a lo confiado que era en la bondad de la gente. Aproximadamente 24 años después y como buen emprendedor fue pionero, creando su propia empresa de correspondencia comercial, que heredaría su hijo Pedro cuando se jubiló.

Fue un hombre de gran personalidad, al que le gustaba enseñar a los demás cómo debía ser la vida y como debían actuar los políticos que nos gobernaban. Siempre fue un amante de la innovación, recuerdo que compró uno de los primeros modelos de móvil Motorola que salió al mercado, mientras nos lo enseñaba a los nietos explicándonos como eso formaría parte de nuestro futuro ante nuestra estupefacción; y con más de 90 años todavía quería seguir sosteniendo en su mano un Samsung de última generación mientras nos mandaba WhatsApps, navegaba por las redes sociales o hacía sus compras en Amazon.

Aficionado al fútbol y fiel seguidor del R.C. Deportivo de la Coruña asistía al estadio en su propio coche, pues conservaba su carnet superando con éxito todos los años el correspondiente psicotécnico, acompañado siempre de mi abuela en el estadio hasta que Dios se la llevó, consiguió el título de Socio de Oro y asistía gratis con orgullo al estadio de Riazor los últimos años de su vida. Vivió su ascenso, sus títulos y sus descensos siempre con orgullo y acompañado de su familia y amigos.

A él siempre le hubiera gustado relatar sus historias y aventuras a lo largo de su vida y que se hubiera escrito un libro de ello, pero estaba tranquilo porque consideraba que aún tenía tiempo para ello, optimista como era: “solo tengo 93 años, cualquier día lo escribimos”. Espero que este pequeño artículo le hubiera gustado también y que pueda leerlo desde el cielo.

Como docente he aprendido muchas cosas de él, tuve la suerte de que me acompañara a la entrega de los Premios Educa a Mejor Docente hace pocos años, y no solo aprendí los valores ya mencionados sino también valores como: la formación continua para progresar en el trabajo, la lucha por alcanzar los sueños, el no darse nunca por vencido, etc. y poder hacerle llegar esta visión a mi alumnado ha sido todo un placer y un orgullo para mí, al igual que él siempre se ha sentido orgulloso de mis Proyectos STEAM y viajes de estudios a California, los cuales estoy seguro de que no hubieran sido posibles sin su visión y sus enseñanzas, junto a las de mis queridos padres y otros tres abuelos.

También nos enseñó que las personas pueden cambiar y él lo demostró con su propia persona, pues a medida que pasaban los años se volvía más tierno, dejando atrás aquellos años en los que reconocía no haber atendido como era debido a su mujer y con cuya pena se fue a la tumba, y más familiar deseando que su familia se reuniera con más asiduidad y por ello estas navidades nos reuniremos toda la familia en su memoria recordando las aventuras y anécdotas de mi abuelo que según él servirían para llenar un libro entero.

Salvador podía presumir de ser independiente pese a su edad, pues vivía solo en el piso que compró con mi abuela, que se negaba a vender pues quería que lo heredaran sus hijos, cuidaba a sus nietos y bisnietos cuando podía, cocinaba con majestuosidad y se encargaba de la limpieza y mantenimiento de su piso del cual era el presidente de la comunidad de vecinos, entre otras muchas cosas.

Mi abuelo, que había superado un cáncer de estómago y sobrevivido a una pandemia, falleció accidentalmente acompañando a su hijo en su trabajo. Le gustaba estar activo y sentirse joven y aunque andaba con bastón se sentía útil ayudando a la familia o arreglando cosas que quizá era su mayor virtud como manitas y la cual intentaba trasladarnos a las futuras generaciones.

Ese fatídico día no se dejó ayudar como de costumbre y de una mala caída de la furgoneta de mi tío nunca más se pudo levantar, mientras pronunciaba sus últimas palabras “No me ayuden, tengo que poder levantarme yo solo”, que reflejaban cuál era su carácter, fiel al esfuerzo y la autonomía hasta el día de su fallecimiento.

P.D: Sería un excelente trabajo e iniciativa que nuestro alumnado hiciera un breve trabajo como este acerca de la vida de sus abuelos, ahora que pueden disfrutar de ellos sin esperar a que fallezcan y puedan aprender de su experiencia, tanto de su vida como de la historia de España u otros países, tal como yo lo he hecho.

Si algún lector lleva a cabo esta iniciativa o alguno de los alumnos o alumnas de mi abuelo se reconoce en las imágenes y desea mandarme un mensaje a mí o a mi familia pueden hacerlo a martinez.seoane@gmail.com

Salvador Seoane Ramírez

¡D.E.P. Salvador!

Publicado por sptartessos

La Sociedad Pedagógica Tartessos está formada por docentes interesados en modernizar la educación española.

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