Principios, palabras

Corren malos tiempos para la educación. Y para la cultura, para la prudencia, para los principios.

La Historia nos ha demostrado de manera obstinada que en las épocas de crisis es cuando los seres humanos ponemos encima de la mesa todo lo que portamos: lo bueno y lo malo.

 Y esto no ocurre sólo por la lucha por la supervivencia natural que se produce en estas complejas coyunturas, sino también, y eso es lo peor, por la impenitente rapiña de aquellos que se aprovechan de estos malos momentos generales para sacar ventaja.

La pandemia a la que nos enfrentamos con más coraje que medios y más determinación que trazas ha puesto al descubierto nuestras carencias más identitarias.

Una escuela infradotada desde tiempo inmemorial que sale adelante con el compromiso inequívoco del personal.

Y para hacerlo contamos con una trama legislativa y normativa vasta, tan brillante en sus aspiraciones y consideraciones (¡qué preámbulos, dignos del mejor sofista!) como inocua e incapaz.

Es muy nuestro no renunciar a nada, aspirar a los logros más altos con el sólo impulso de la palabra. Y esto, para los que pasamos día tras día al frente, ya cansa.

¿Para cuándo la sincera apuesta por la escuela pública frente a las ya habituales reuniones dilatorias y las medidas maquilladas?

Ni uno ni otros, a nivel nacional ni regional, en las últimas décadas han mostrado interés alguno en dotar a la escuela pública de los medios imprescindibles para plantar cara al futuro. Por poner un ejemplo, la dotación informática de nuestros centros es sensiblemente inferior a lo que cualquier ciudadano tiene como medio propio en su casa. ¿Quién puede con estos medios superar la brecha digital y evitar que su centro pierda de manera casi definitiva el tren del futuro?

Por el contrario, mientras que a los docentes se nos hace perder la esperanza, a las familias se les vende en comparecencias públicas néctar de BOJA y humo naranja por parte de políticos que nunca fueron docentes ni escuchan a quienes pueden hacerles ver la gravedad de esta encrucijada.

¿Cómo confiar nuestros hijos a quienes, en el mejor de los casos, sólo son expertos en esculpir textos normativos grandilocuentes cuando la realidad actual en nuestras escuelas es tan pobre y las herramientas tan parcas?

Basta ya de política coloreada. Necesitamos un cambio profundo que nazca de la propia escuela, de su experiencia, tan sufrida como comprometida y larga.

Si no damos los pasos, tenemos ante las puertas una reconversión “industrial” de nuestra escuela destinada a convertirla en rehén electoral de unos y otros.

El colmo sería acabar la época de la pobreza con la era de la nostalgia.

Publicado por sptartessos

La Sociedad Pedagógica Tartessos está formada por docentes interesados en modernizar la educación española.

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