El pasado 14 de octubre, el BOJA publicaba la Orden de 27 de septiembre de 2019, por la que el Centro de Educación Permanente «Ribera del Mar», de Puerto Real (Cádiz), pasa a denominarse «Francisco Poveda Díaz».

La iniciativa partió del propio centro educativo. En efecto, el Consejo de Centro del CEPER Ribera del Mar, de Puerto Real (Cádiz), en su sesión de fecha 27 de junio de 2019, acordó proponer la denominación específica de «Francisco Poveda Díaz» para dicho centro.

RECONOCIMIENTO DE LA LABOR DESARROLLADA POR EL INSPECTOR DE EDUCACIÓN D. FRANCISCO POVEDA DIAZ
D. Francisco Poveda Díaz, Paco Poveda, como cariñosamente le llamamos todos los que lo conocemos, es salmantino de nacimiento y gaditano por adopción y decisión propia. Ha sido una persona que accede al cuerpo de Maestros de Educación Primaria, ya de partida, con una formación no muy común en su momento, Licenciado en Pedagogía, y, además, con una formación inicial en educación de adultos (en la que siguió la estela marcada por las propuestas de educación popular de Paulo Freire), que tampoco se prodigaba por la época, allá por los años setenta.
Se incorpora a Jerez de la Frontera y, tras pasar por la escuela, al poco tiempo es captado por el inspector de zona, D. Francisco Fernández Pozar – otro inquieto, innovador y visionario de la educación, que la concebía como instrumento para redimir de la pobreza y el atraso cultural endémico a la sociedad andaluza, así como motor de ascenso social – para que se integrara en lo que fue el inicio experimental, a nivel español, de los actuales Equipos de Orientación Educativa como orientador.
Esto conllevó una intensa labor práctica en los centros y de elaboración documental y formación del profesorado, para establecer las condiciones del ejercicio de la orienta-ción y de apoyo a la labor del profesorado y del alumnado concernido.
En 1983, tras la asunción de las competencias educativas por la Junta de Andalucía, es elegido para ocupar un puesto de inspector provisional en la Delegación Provincial de Cádiz (el primero), donde se propone, cómo no, para que coordine la educación provincial de adultos.
Es coincidencia, pero en el año 1987 la Unesco reconoce la labor del Programa de Educación de Adultos de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, en el que él participó activamente, concediendo un premio internacional a la misma.
Como curiosidad, indicar que para esta función fue nombrado oficialmente en el BOJA y que, actualmente, en él seguiría, puesto que nunca fue derogado expresamente.
A partir de esta fecha, y a pesar de los avatares sufridos por el Cuerpo de Inspectores de Educación – suprimido por la Ley 30/1984, de 2 de agosto, de medidas para la reforma de la Función Pública, y vuelto a recrear por la Ley Orgánica 9/1995, de 20 de noviembre, de la participación, la evaluación y el gobierno de los centros-, siempre ha formado parte de la Inspección Educativa de Cádiz.
Tan solo tuvo un paréntesis, cuando estuvo ejerciendo la Jefatura del Servicio de Ordenación Educativa de la Delegación de Cádiz. Dentro de sus funciones como inspector, ha ejercido prácticamente casi todos los puestos de la estructura orgánica de la misma: ha sido Coordinador de Equipo, Adjunto al Jefe de Servicio e Inspector Central, equiparable a una Jefatura de Servicio de Inspección, y como inspector de referencia en casi todas las zonas de inspección provinciales.
Todo esto viene a cuento para patentizar que, como profesional de la inspección, ha sido una persona relevante, querida y admirada por sus cualidades técnicas y humanas (cosa última que, para mí -si cabe- tiene mayor relevancia), en el ámbito de la inspección educativa andaluza.
Apuntar, muy de pasada, que su profesionalidad le ha llevado a una preocupación constante por la formación permanente, tanto personal como del profesorado, para lo que ha puesto al servicio de la comunidad educativa todo su bagaje de preparación y formación personal, tanto de carácter metodológico, organizativo, legislativo, deontológico, curricular,…, participando en cursos de formación – bien del profesorado como de la propia inspección educativa – y escribiendo artículos y textos profesionales, de los que dejamos constancia sin más, para no alargar este escrito que pretende patentizar un reconocimiento hacia su persona, como inspector y servidor de la educación.
Como compañero y, sobre todo, por considerarme su amigo, no soy yo el más indicado para hablar de su labor profesional, en cuanto a la incidencia de la misma en los centros y localidades donde las ha llevado a cabo, pero si para realizar algunas observaciones sobre su trabajo cotidiano, donde he tenido la fortuna de compartir muchos años el despacho y las eventualidades del servicio provincial. Empecemos por esto último; dentro del servicio provincial se ha caracterizado por tres cualidades fundamentales, a mi entender:
- Sus siempre bien ponderadas, técnicas, realistas, fundamentadas y contrastadas aportaciones a los debates, reflexiones y valoraciones internas de los distintos temas realizados en los Consejos de Inspección, que eran bien acogidas y, en general, con gran grado de aceptación por el resto de los integrantes del mismo;
- Su permanente y constante disponibilidad y empatía para atender las numerosas demandas de los compañeros, bien para conocer su fundada opinión sobre diferentes temas, bien para ayudarles en la posible resolución de los problemas que le exponían; y,
- Su defensa sin ambages del servicio público de la educación y, por ende, de la escuela pública, con todo su significado y contradicciones, siendo muy crítico con las no siempre adecuadas respuestas de la administración a los problemas reales de los centros que, como recto y leal funcionario, expresaba internamente, pese a lo que desde fuera pudiera parecer. Todo ello, apostando siempre por la innovación y la mejora de la calidad de la enseñanza y de los centros que la imparten.
Pero he tenido la suerte de poder conocer in situ otra faceta de Paco que muy pocos compañeros han podido compartir: su trabajo de despacho y ser testigo de la atención que dispensaba a los ciudadanos y docentes que acudían a exponerle sus problemas buscando una solución, en algunos casos angustiosa (piénsese, por ejemplo, cuando una familia quería escolarizar a sus hijos y había encontrado dificultades para ello en su localidad). Creo que puedo compartir en este escrito algún detalle que, espero, no lo tome a mal.
En primer lugar, dejar constancia de su exquisito trato con todas las personas que venían a exponerle algún problema, fuera quien fuere; además de interesarse por los problemas que le exponían, procuraba hacer una consideración de los mismos no solo jurídica, sino humana y contextualizada, flexibilidad propia de quienes entienden su deber como algo más que mero aplicador de la norma, en la medida en que era factible; y, por si fuera poco, con absoluta amabilidad, respeto y consideración se pronunciaba conforme entendía que debía comprometerse: dando una solución factible y adecuada a norma o negando la demanda realizada, por no ajustarse a los principios del derecho y de la comunidad educativa en que tenía que aplicarse. Esto no es más que un exponente de su acendrado sentido de servidor público que siempre llevó consigo.
Por último, y para no hacer más largas estas reflexiones, realizadas a bote pronto, tengo que destacar su innegable afán de mejora permanente del ejercicio de sus funciones y de los documentos en que se fundamentaban las mismas; el compartir despacho era algo más que una mera ubicación física, era la oportunidad de mejora de nuestros respectivos trabajos, coincidiendo los dos en la necesidad de contar con otra visión sobre las producciones que realizábamos de nuestro trabajo; para ello, muchos de nuestros informes, trabajos, preparación de intervenciones en otros foros, etc., los sometíamos al análisis y la valoración del otro, con lo que esto conlleva de humildad, aceptación, respeto, empatía y consideración mutuas; por lo que no era extraño que, fruto de este intercambio, se modificaran, suprimieran o añadieran aspectos que, en el original, no constaban, con lo que se mejoraban, creo que muy eficazmente.
No tengo palabras suficientes para agradecer lo beneficioso que resultó para mi ejercicio profesional, esta simbiosis, este intercambio de ideas y de valoración de diferentes situaciones con Paco Poveda, al que estaré eternamente agradecido.

Y como colofón, porque ha servido de acicate para escribir estas palabras, no puedo por menos que expresar públicamente mi agradecimiento y darle mi enhorabuena al profesorado y a la comunidad educativa del Centro de Educación de Adultos “FRANCISCO POVEDA DÍAZ” de Puerto Real, por la feliz idea de que su centro sirva para evocar y mantener en el tiempo el recuerdo de un Inspector de Educación que se desvivió y se erigió como referente en el desarrollo de la educación de adultos en la provincia de Cádiz, en una época en que se empezó a ejercer en Andalucía las competencias en educación como Comunidad Autónoma.
Sebastián Marín Román
Inspector de Educación, jubilado.
