El año que el capitalismo (de todas las banderas) se desabrochó la camisa y condenó sin pestañear los últimos principios de la democracia aún manteníamos con coraje las barricadas de las ideas frente a la desorientación de quienes creían en un mundo sin lucha y la inocente abstención de la política de la que la juventud hacía gala.
Se palpaba un futuro de renuncias y silencios templados, ataviados sólo por su cálida estampa.
Pero, sobre todo, huían de los foros, de las comisiones, de los consejos y de las plazas las voces libres, comprometidas y respetadas; cabal- gaban hacia el ocaso, bajo una luna temprana que perseguía con ira la noche de Lorca y sus fúti- les esperanzas, las ideas de progreso rabiosamen- te espoleadas por el empeño de miles de almas que miraron al horizonte con las manos abiertas y empeñadas.
Transitaba el mundo a hurtadillas del liberalismo conservador a la socialdemocracia, y viceversa, a lomos de etiquetas desarmadas de su letal carga, enteramente sometidas a una existencia vana que consagraba los principios del verbo con las mismas manos que degollaba de vida real a las palabras. Maestro, enseñanza, idea, compañera, colegio, ayuda, proyecto, confianza pronto se convirtieron en reflejos vacíos de cuanto suponían gracias a la pesada carga de futuro que atesoraban hasta el punto de que su presencia en leyes y boletines sólo aseguraban la falta de sinceridad de quienes las enarbolaban. Banderas de nadie ondeaban en los colegios, huecas de principios y de músculos para emprender sus sueños, que fueron al punto sustituidas por enseñas, banderines y estandartes, insignias y pendones que acreditaban la corrección del pro- ceso, maniatado ya de cualquier principio que no fuera el sometimiento a la autoridad acuñada y al credo.
Frente a las urgencias educativas, se decretaron preferentes todos los proyectos insus- tanciales y legos, debidamente adquiridos a punta de grotescos sueldos, para lo cual no resultó en absoluto afanoso ni complejo reclutar competentes milicias, tan intrigantes como mansas, para dar forma a un nuevo modelo en el que todos se identificaban con aquellos principios, ideas y palabras cuyo significado real ni conocían ni respetaban (escuela, diálogo, propuesta, progreso). Y lo nuestro empezó a quedar en manos de quienes nunca lo mamaron, lo comprendieron, ni lo ejercieron. Versados en la gratuita esgrima de la insustancial perorata, los y las representantes y representantas decidieron que el tiempo era eterno y que, a la espera de comprender la gravedad del problema y las renuncias del sistema ante los avances de la escuela protegida por intereses de tiempo identificados, lo nuestro puede transitar aún otro par de décadas entre debates-pantalla.El año que el capitalismo emprendió el acoso final de los restos del progreso (Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre) no tardaron en decidir las primeras familias de nuestro país que con sus hijos (en casa no se utiliza nunca la dupla) no se jugaba y acabaron por entregar su futuro a quienes ya tenían reservado su sitio en el nuevo orden social (como súbditos con derecho a un consumo limitado) y laboral (como meros subordinados de los hijos de los privilegiados) de tan pomposos programas. Ese año el círculo se cerró y al fin acabaron besándose el liberalismo y la so- cialdemocracia. Ya nunca más sería necesaria una reforma educativa que proyectara hacia el futuro un estado capaz de fundamentar la superación de las carencias históricas de sus clases trabajadoras.
Ya nunca más se llamó educación a la instrucción prelaboral reglada.
